Los niños, por muy pequeños que sean, son capaces de percibir los infinitos mensajes que el entorno les entrega. Desde el momento del nacimiento (incluso antes) pueden percibir lo que el mundo opina, sentir los afectos e ir formándose con estos mensajes una imagen sobre ellos mismos.
Es en este contexto que la coherencia en nuestro lenguaje tanto verbal y como no verbal: muchas veces escuchamos padres (o adultos significativos de los niños) decir que son relajados, que dan tiempo a los niños pero “volverse locos” si un niño chorrea el jugo al intentar servirse solo o descomponerse porque no fue la mejor tarea del curso. No podemos exigirle a un niño que no llore desconsoladamente porque no le compran el juguete que quiere en el supermercado y tolere la frustración que esto le produce si tocamos insistentemente la bocina o gritamos en la calle si alguien se demora en un taco y eso nos produce frustración. Este doble discurso, entre lo que decimos y lo que hacemos es nefasto para los niños ya que los hace sentirse inseguros. Lo primero que debemos recordar, como adultos, es que somos un ejemplo constante con nuestros niños, todo el tiempo, y más por lo que hacemos que por lo que decimos.
Marcela Valdivia Carretero
Educadora Párvulos PUC
Magister en Educación
Investigadora área Familia y Relaciones Humanas
Ex profesora Facultad educación PUC
Directora Jardín Infantil Andalué
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Las Pérdidas con los Niños